Carta a mi hermano chico

Tu padre entró por la puerta, llegaba tarde de una guardia del trabajo. Ya sabes, otro día que le tocó ir con la ambulancia a Córdoba, y volvía a media tarde.

Llevaban muchas semanas sin hablarse, tu madre y tu padre, cabreados, como de costumbre. Aunque no estoy siendo del todo sincero. Lo que se respiraba era odio, que es muy distinto al enfado. Esa fue una de las ocasiones en las que incluso nos usaban para darse mensajes uno al otro cuando las cosas estaban peor.

Respirando odio a diario

No podían ni mirarse. No teníamos ni idea de la causa, pero a la vista estaba que ellos, tras 15 años de casados, padres de 6 criaturas con las que convivían en casa, no eran capaces de resolver sus cosas como adultos. Ni tampoco de mostrarse mínimamente maduros, a pesar de tener a 2 hijos adolescentes y 4 menores a quienes, bajo mi parecer, debían dar ejemplo y asegurar una vida familiar sana mentalmente y estable.

Y así estaba el ambiente. Tenso no: cortaban cuchillas en el aire. MUY desagradable.

Si normalmente era violento, este había superado todos los niveles. Incluso en alguna que otra ocasión tu madre se iba de casa durante horas, nadie sabía a dónde. De esas veces que discutían y se enfrentaban tantísimo, en ocasiones (pocas, pero inolvidables) ella ni siquiera llegaba a dormir. Suponíamos que se iba a casa de alguna tía o de alguien de la comunidad, pero la verdad es que no teníamos ni idea. Simplemente cuando volvía no daba explicaciones, y seguía como si nada.

En esos días, especialmente, uno deseaba no volver de la escuela. Mientras los demás compañeros estaban deseando de salir, yo quería que el colegio durase hasta la noche, con tal de no estar en casa cruzándome con tantas caras largas y haciendo el paripé.

En ese entonces era como si los hermanos nos hiciéramos, aún más que otras veces, una piña, cuidándonos entre nosotros. Como si fuéramos huérfanos. O al menos así lo sentía yo.

El precio psicológico que pagamos los hijos

Yo sé que "todas las parejas se enfadan y discuten", pero no se trataba de eso. Se trataba de que este tipo de situación había sido demasiado frecuente durante toda nuestras infancias, con todo el maltrato físico y psicológico que conllevaba. Y un niño no tiene por qué vivir eso.

Un niño no tiene por qué asumir las responsabilidades que sus padres no fueron capaces de asumir sobre sus propias decisiones, solo por que se dejaron llevar por la inercia y a ciegas, obedeciendo de forma inconsciente. Un niño no tiene por qué dejar de jugar o estudiar para limpiar la casa, hacer de papá o mamá de sus hermanos. Y mucho menos tiene que hacerse responsable de sus hermanos mientras sus padres se van de casa a las celebraciones, o a catequizar a otras comunidades, siendo él aún adolescente y menor de edad.

Un niño tiene que poder reír, chillar y cantar, celebrar la vida, crecer en la alegría, como norma general. Sentirse protegido y querido por sus padres, recibir afecto con frecuencia, como una cosa normal, no con la comedura de tarro de que el afecto es pecado.

Normalizar lo contrario no es sano, ni humano, y menos aún, cristiano.

La violencia como forma de vida

Esa normalidad de castigos permanentes por cualquier absurdo, de no dejarnos salir de casa, de obligarnos a estar limpiando todo el rato... El estar tan acostumbrados a que mamá le pidiera a papá que nos diera una paliza para prevenir "por si nos portamos mal", o dejarnos un día entero sin comer porque se le antojaba como castigo cuando a ella se le cruzaban los cables, incluso aunque ninguno de nosotros hubiera desobedecido realmente, o cuando apenas solo uno hacía algo que no le gustaba, pero todos pagábamos el castigo y nos quedábamos sin comer. Eso sí: luego en ayunas te tienes que disfrazar de feliz y santo para ir a la eucaristía, y cantar y dar las palmas simulando una doble vida y alabando el comportamiento maltratador (por no decir algo peor) de tus padres.

Y sí; en ese ambiente sucedió.

Siempre me pregunté cómo fue posible que en un entorno matrimonial tan anti natural como ese, pudieran haber se quedado embarazado 9 veces. En fin, prefiero no abrir ese melón.

No se qué tanto recordarás, porque por suerte a ti te tocó la parte más light, por decir algo. Caíste sobre un colchón que ya venía un poco mullidito. Tener 6 hermanos por delante tenía que protegerte de algo. La verdad que doy gracias por eso, nunca te hubiera deseado en absoluto vivir una infancia tan dura como la mía. Y no estoy haciendo que la tuya no lo fuera.

Yo también te vi llorar impotente por no poder ni siquiera moverte de un rincón, ni jugar a la pelota, aunque fuera en un metro cuadrado dentro de la habitación. También recuerdo como si fuera ayer cuando le gritabas a mamá, con menos de 8 años y más cojones de los que nadie había tenido en casa, "es que te piensas que somos tus esclavos". Con todita la razón del mundo. Y se me reventaban las venas de la impotencia. Siempre fuiste un niño súper noble y te merecías una infancia más alegre y feliz.

Pero bueno, me estoy adelantando en el tiempo.

La violencia era el modo normal de vivir en casa. Todo el día nos hablábamos a gritos, pero eso era de lo más suave. Las palizas, los golpes y gritos desesperados y autoritarios de unos hacia otros, eran el pan nuestro de cada día.

A todas horas eso era la normalidad, y era así hasta tal punto que (no sé si recordarás aquella época, en la que tú debías tener unos 4 o 5 años, quizás 6), cuando tu padre a veces me decía aquella frase, "deja de hablar como monjita". Se ve que le rechinaba que no siguiera ya hablando a gritos, porque desentonaba con el resto de la familia.

Así fue como sucedió

Regreso al momento en que tu padre entró por la puerta.

Tu madre llevaba todo el día encerrada en su dormitorio, y al oír el giro de la llave, salió a recibirlo. Le cuchicheó algo al oído. Yo estaba al fondo del pasillo, tras la puerta el salón, y ver esa escena se me hizo raro. ¿Habían hecho las paces ya por fin?

Tu padre soltó una carcajada que, obviamente, me hizo preguntarme cómo podía ser que hacía varias horas se estuvieran maltratando el uno al otro con tanta crueldad, y de repente estuvieran riendo.

Aunque realmente el único que reía era papá.

La risa y la situación era tan rocambolesca que no me corté en preguntarle qué pasaba. Sin poder parar de reír me dijo:

- "Es que me acaban de contar un chiste."

Y claro yo me lo tomé literal y le dije:

- "Pues cuéntamelo que yo también me quiero reír."

Sacó las manos mostrándomelas, empezó a contar cantando:

- "Un dos tres cuatro cinco seis sie-te..."

Yo me quedé mirando las manos con cara de lerdo y no entendía nada. Obviamente vio mi cara de "qué coño está pasando" y volvió a repetir la cancioncita:

- "Un dos tres cuatro cinco seis sie-te..."

Yo intentaba contar sus dedos a la vez que él cantaba, pero nada, que no encontraba el truco ni la gracia. Supongo que después de cuatro o cinco intentos ya no se aguantó más y por fin me soltó:

- "¡Que vas a tener otro hermanito!"

Te juro que en mi cabeza no cabía. Te juro que en ese momento lo entendí menos todavía.

Tenía que reaccionar de inmediato, y quién era yo con 15 años para cuestionar nada en ese instante, así que aunque me tardé 2 o 3 segundos, mientras miraba fijamente a tu padre.

Lo único que se me ocurrió fue gritar, disimulando como si acabara de soltar una carcajada. Me levanté del sofá y corrí inmediatamente a encerrarme en el baño.

Una vez allí, cerré la puerta con el pestillo, y la supuesta carcajada, por dentro eran un llanto de rabia e impotencia brutal como nunca te podrás hacer una idea. Tenía que gritar disimulando reír, y llorar sin hacer el más mínimo ruido.

Necesitaba explotar.

Obviamente era imposible que tanta rabia saliera así, y empecé a darme cabezazos, fuertes, contra los azulejos de la pared. Recuerdo que hasta me quedó la frente roja y me hice un corte pequeño, que luego intentaba disimular con el flequillo.

Actué así, no porque no te quisiera o no te aceptara, sino porque me parecía absolutamente injusto que llegaras al mundo en esas condiciones que teníamos en la familia.

No era justo para nadie, y menos aún para ti.

Hago un paréntesis, porque nunca lo había pensado hasta ahora: me parece muy heavy que tu padre, que estaba en el salón, no escuchara mis cabezazos contra la pared, o que si los oyó no dijo ni mú, y jamás se preocupó (y tu madre, aún menos) de lo que me había pasado en el baño y en la frente.

O yo disimulaba de puta madre, o ellos confirmaban constantemente que, como padres, daban pena.

Matrimonio por obediencia

Yo ya sabía que papá y mamá, desde el principio, no se querían.

Bien orgullosos me repetían en sus charlas hasta altas horas de la madrugada, una y otra vez, que nunca se casaron por haberse enamorado, sino porque se lo dijeron los catequistas, a lo cual obedecieron. En qué puta cabeza cabe.

Pero que además fueras fruto de una relación que se dio en circunstancias de semejante nivel de odio entre ellos, de verdad, no te lo merecías.

También es cierto que, en ese entonces y durante un tiempo que fue largo (desde que empezó mi adolescencia), yo sentía que como "hermana" mayor ya no podía más.

El parapeto de los hermanos mayores

Tú no sabes, por suerte, la responsabilidad que tenía yo encima desde bien pequeñ@. Pero de eso igual hablamos en otros capítulos.

No te haces idea (insisto: ¡y menos mal!) de lo que es comerte una infancia y adolescencia trans, donde nadie reconoce quién eres, ni tú mismo sabes quién leches eres, no puedes hablar de eso porque para nadie existe, qué hace todo ese puto caos en tu cabeza, y cómo se come toda la incoherencia que vives y sientes.

No tienes idea (y no te lo digo como reproche) de lo que es no poder hacer prácticamente NADA de lo que a mí me gustaba y pedía, y para más INRI, tener que dar el callo todos los días haciendo de mamá cuidando a los hermanos, porque tu madre no estaba a la altura.

No te haces idea de los malabares que yo tenía que hacer cada vez que nos quedábamos solos sin papá y mamá, mientras ellos se iban a la celebración, para que nos diera tiempo

  • a los 7 a cenar,
  • a jugar y cantar (no había otro momento de hacerlo sin temor a recibir un castigo o una bofetada),
  • a ver alguna película (la tv estaba prohibida la mayor parte del tiempo),
  • a hacer que todos hicieran los deberes del colegio,
  • a fregar los platos y dejar todo recogido,
  • a bañaros,
  • a intentar convenceros cuando estábais rebeldes, de que os diérais prisa,
  • y a dejaros acostados antes de que llegaran de nuevo de la comunidad.

Porque la bronca que me caía si no estaba todo listo cuando ellos llegaban, era de coco y huevo, y nuevo castigo que me comía.

El castigo era mi estado natural de vida. Da igual cuánto intentara dar el callo, nunca era suficiente. Además de ser prácticamente imposible.

Pero espera, (vuelvo a las noches en que os cuidaba durante las ausencias de tus padres); que hasta que todo eso no estaba hecho, yo no empezaba a estudiar. Como si eran las 22:30 o las 23:30 de la noche.

Y todavía, cuando llegaba con las notas de la escuela con un 9,5 en un examen, tu padre tenía la cara dura de preguntarme "y por qué no has sacado un 10". "Es que sacar buenas notas es tu obligación".

Si no me cuidaba un ángel, no entiendo nada

Esa presión inaguantable y que vuelve loco a cualquiera parece ser que nadie lo vio en toda mi puta vida mientras yo vivía en casa de tus padres. Pero dicho queda aquí.

Así que sí: me daba cabezazos contra la pared, además de por lo injusto que se me hacía tal desprecio hacia ti, como si fueras "un granito más que le salió a mamá", porque no sabía cómo cojones iba a poder seguir soportando tanta responsabilidad, sin tener hueco para mi propia vida, teniendo que cuidar a un hermano más.

Te lo prometí antes de nacer

Y lo recuerdo como si fuera ayer, que ese pensamiento apenas duró unos minutos.

En ese mismo instante me armé de más coraje aún, y me prometí que iba a hacer todo lo imposible por tratar de compensar toda la mierda que se vivía en casa, para que tú crecieras sano, inocente y feliz. Todo lo que estuviera en mi mano. Lo que fuera necesario.

Dicen que los hermanos mayores hacen de paraguas a los pequeños.

Aunque no te acuerdes, ni nadie se haya dado cuenta al parecer, yo te protegí de vientos y tempestades emocionales haciendo malabares, cantándote y haciéndote reír cuando eras bebé, incluso aunque yo estaba hecho una mierda o me acabara de llevar otra bronca o castigo.  Te hablaba bonito mientras los demás seguían gritándose en casa, para que no lo oyeras. Trataba de rebajar el nivel de violencia y gritos entre los hermanos cuando tú estabas despierto o cuando ya gateabas y empezabas a jugar en el salón, donde estábamos.

Aprovechaba las veces que había que salir por cualquier cosa para alargar tu paseo, llevarte a los columpios, enseñarte detalles del mundo de la calle, señalarte a los pajaritos... trataba de entusiasmarte para que tu subconsciente se llenase de recuerdos bonitos, y crecieras siendo un niño fuerte y seguro. Alguna que otra vez hasta llegué tarde a casa (otra vez bronca y castigo) porque te lo estabas pasando pipa y no se me hacía justo interrumpir el juego otra vez. No me apetecía interrumpir el ritmo de tu alegría, merecía la pena cualquier cosa.

Debí tomármelo tan a pecho que muchas personas del pueblo, cuando nos veían paseando, me preguntaban si eras mi hijo.

Perdón

Por haberme ido siendo tú tan niño, aunque de verdad que no me imagino cómo habría sido, si no.

Tampoco podía ir por la vida responsabilizándome de todos los hermanos que yo no parí. Espero que en algún momento hayas entendido que yo tenía una vida que vivir.

Y sí, sé que no todo lo hice bien, y hoy te pido perdón por las veces que no supe gestionarlo mejor y también cargué gritos o violencia contra ti. Créeme que en el mismo momento que lo hacía, me estaba doliendo más que a ti.

Quise a todos los hermanos y a todos nos veía como iguales. Pero contigo, imagino que por ser yo más consciente de tu procedencia y por la promesa que te hice, sentía un cariño muy especial. Así que me dolía aún más cuando no te trataba bien.

Tu personalidad era muy noble y yo no era quién para romper aquello.

Por si alguna vez pensaste que te abandoné...

Haré un largo paréntesis saltando hasta el momento en que me fui de casa definitivamente.

Yo tenía 22, creo recordar que tenías 7-8 años, apenas ibas a hacer tu primera comunión.

Para ponerte en situación, en otro capítulo hablaré de cómo, desde mis 8 años, ponía el despertador de madrugada para escaparme de casa (no aguantaba vivir con tanta violencia e incoherencias).

Solo te diré que fuísteis vosotros, mis hermanos, los que me hacíais decidir quedarme, siempre un día más. Al día siguiente lo volvía a intentar. Pero en el momento de coger la mochila, 2 pensamientos me bloqueaban la salida:

  1. No me podía permitir dejaros allí viviendo toda la mierda, como si nada. De alguna forma sentía como si al menos con mi presencia pudiera amortiguar un poco tanta violencia. Érais demasiado pequeños, y si me iba solo, no iba a poder volver a por vosotros.
  2. Tampoco tenía a dónde o con quién ir. En aquel entonces no había la conciencia de maltrato familiar que hay ahora, vivíamos en un pueblo chico, mis conocidos eran todos la comunidad, la escuela, los abuelos, y todos los escenarios posibles solo me regresaban a casa de nuevo, con una situación posterior más tensa aún.

Así que terminaba abandonando la idea por esa noche, me volvía a la cama, y me quedaba dormido.

Cuando a los 19 y a los 22 por fin me pude ir, me pesaba en el alma dejarte irme sabiendo que tú te quedabas en casa.

Quizá era yo, que me sentía más conectado a ti que tú a mí, por todo lo que viví desde antes de que nacieras.

Quizá es que con los años que han pasado (¡media vida, para mí!), y las mentiras y manipulaciones que os han contado sobre mi vida, ya no recuerdas lo uña y carne que éramos, y cómo afrontábamos las injusticias apoyándonos unos en el otro. No sé si para ti era sutil, aún eras muy niño (que no tonto, ni un pelo).

El caso es que algo fuerte en mí se rompía aún cuando, con una mano delante y otra detrás, me fui de casa dejándote allí. La decisión estaba tomada. O me iba de casa, o me quitaba la vida. Yo ya no podía aguantar más.

Huérfano de hermanos

Me costó mucho separarme de todos los hermanos, y más especialmente de ti, porque aún te quedaba mucho que vivir. Porque yo era totalmente consciente de que ya no te iba a ver. Ni iba a estar a tu lado para acompañarte a crecer, como a los demás.

Porque ya no podría seguir jugando contigo a escondidas, ni amortiguando un poco en el subconsciente los lavados de cerebro y la inyección de violencia que se daban cada domingo en los laudes, y cada día en cada charla materna/paterna.

Ojalá hubiera existido la posibilidad no tener que dejar de hablar y vernos, pero eso ya era una imposición que no dependía de mí si quería salvaguardar mi vida y mi salud mental.

Cada vez que intenté, a lo largo de los años, algún acercamiento, el daño que recibía, especialmente por parte de tus padres, era demasiado. No estaba dispuesto a permitir que siguieran poniendo mi vida patas arriba.

Me dolió en el alma tener que largarme de casa sin hablar un poco más y sin darte ni un abrazo de despedida cuando llegué por sorpresa el día de tu 12 cumpleaños y te regalé aquel libro.

Habías ganado tanta estatura, estabas tan guapo, pero también habían incrementado el temor y la tristeza en tu mirada y tus gestos. No te atrevías ni a darme un abrazo cuando abriste la puerta, después de 2 años sin vernos. Sentí otra puñalada. Me dolió que hubieran corrompido de esa forma el resto de tu infancia. Éramos hermanos, joder.

Mi única intención ese día era pasar a saludar, de forma amistosa, saber cómo estábais, compartir un rato tranquilamente, dejar a un lado las catequesis, y respetarnos durante unos minutos como familia y como personas. Ir a lo esencial.

Pero no, tampoco pudo ser.

Tus padres, para variar, me volvieron a sentar en privado para escuchar otro sermón más basado en incongruencias absurdas. No se dignaron lo más mínimo en pedirme perdón, después de haberme dejado tirado como a un perro, y aún se creían con derecho a exigirme a mí que lo hiciera por haberme ido de casa.

¿HOLAAAA? ¿Que pidiera  yo perdón, POR QUÉ? ¿Por elegir vivir libremente mi vida y responsabilizarme de mis decisiones como adulto? ¿Exactamente como el mismo Dios hace con todos sus hijos?

Me levanté de la mesa, les dije que yo no había venido a eso, y con todo el dolor del mundo, interrumpí la visita. No habían cambiado nada.

Mi ida de casa no había servido para que aprendieran absolutamente nada. Solo se reafirmaban en lo mismo. Por enésima vez demostraron preferir su razón, por encima del amor a los hijos.

No nos despedimos. Quedé como "la mala" otra vez. Y me fui.

Alguien tenía que marca un límite, y yo ese día ya lo había hecho.

El coste fue muy alto. Me arrancaron a mis 6 hermanos. Aunque ya hacía tiempo que lo habían hecho.

Siempre me sentí huérfano de padres, pero fui uña y carne con 6 hermanos que ya, por culpa de las comeduras de tarro del abominable Camino Neocatecumenal, no tengo.

Se ve que tus padres, aunque se aprendieron la biblia de memoria, nunca leyeron ese versículo que reza:

"Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados".

Y aquella en la que Dios les pide a los padres que no enfrenten entre sí a sus hijos, para ellos no existe.


 

Me he convertido en extraño para mis hermanos, y en extranjero para los hijos de mi madre. (Salmo 69)

Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven continuamente la faz de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 18)